MANILA, 29 abr (Reuters) - Durante el último mes, el sacerdote católico Eduardo "Ponpon" Vasquez ha pasado más tiempo ataviado con ropa de protección que con sus tradicionales vestimentas.
Su parroquia en la populosa zona de Caloocan, en la capital filipina de Manila, ha estado escalofriantemente tranquila en las seis semanas transcurridas desde que el gobierno puso a la mitad de la población del país bajo un estricto confinamiento para intentar frenar la propagación del coronavirus.
Las reuniones públicas, los colegios, los servicios de transporte y los trabajos no esenciales quedaron suspendidos, incluidos los de la iglesia.