Alberto Fernández empezó 2022 encerrado en la trampa del sistema que le toca conducir y que nunca se atrevió a arreglar. El gobierno del Frente de Todos opera como un conjunto de células, sin una voz de mando ni una mesa de coordinación. El Presidente tiene la firma y la vicepresidenta, un poder de veto amplio, mientras una miríada de actores con intereses no siempre coincidentes se reparte porciones de la gestión.
Nada la cuesta más a un gobierno de esas características que atenerse a un plan. Por eso sorprendió tanto cuando, la noche de las elecciones legislativas, Fernández anunció solemnemente que en los primeros días de diciembre iba a elevar al Congreso un programa económico plurianual que incluyera los términos de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para reprogramar la deuda.