Llegando a casa, anoche, pasé junto a un botellón. Unos doce adolescentes, sentados en la acera, sin mascarilla, pasándose de uno a otro las botellas de alcohol y refrescos, los cigarros y los vasos.
Y el coronavirus dando palmas con las orejas.
Hoy, la doctora de mi centro de salud me cuenta, muy enfadada, la conversación telefónica que acaba de tener con el padre de una chica de 17 años que acaba de dar positivo en el test rápido de coronavirus.