Corría el año de 1956 cuando un equipo de investigadores de la Universidad de Oregón, que trabajaba en una máquina experimental para esterilizar carne en conserva (previo bombardeo de la lata con “rayos gamma”) descubrió a cierto microbio duro de roer. Aquella bacteria que se empeñaba una y otra vez en echar a perder la carne, recibió el nombre de Deinococcus radiodurans, precisamente por su capacidad asombrosa para sobrevivir a altas dosis de radiación. Desde entonces y hasta nuestros días, unos pocos equipos científicos diseminados por el globo han venido estudiando y comprendiendo los trucos que confieren su extraordinaria resistencia a este súper héroe del mundo de los microbios (de hecho hay quien se refiere a él humorísticamente como “Conan the bacterium”).