¿Se imaginan a un conductor novel al volante de un Ferrari que va 200 km/h por la zona peatonal de un pueblo? Ver jugar a Ousmane Dembélé produce una sensación similar. El espectador sabe que cuando el francés controla el balón, si es que se le puede llamar así a ese primer contacto irregular con el que acompaña el cuero, algo anormal va a suceder. Algo que no está en los planes. Y es que el galo es la definición por antonomasia de la imprevisibilidad. Tanto para el rival como para sus compañeros. Potencia sin control.
La estrella que se convirtió en una causa perdida
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