Durante casi 24 años, Hong Kong ha sido una especie de laboratorio político involuntario, el objeto de un experimento centrado en la división ideológica definitoria de nuestro tiempo.
¿Podrían mantenerse juntos en una ciudad dos conjuntos de valores completamente incompatibles, el autoritarismo y la democracia, si no en armonía, al menos en algún tipo de acomodo mutuo?
Esto era exactamente lo que tenía en mente el acuerdo sino-británico de 1984, que sentó las bases para la eventual devolución del territorio a China en 1997.
"Un país, dos sistemas", como se conoce esta fórmula, está destinado a permitir que Hong Kong continúe hasta al menos 2047 con su libertad de expresión, sus tribunales independientes y su democracia vibrante, aunque limitada, mientras el nuevo poder soberano mantiene su rígido gobierno, de partido único.