Cuando Innocent Havyarimana comenzó en 2015 con su negocio para fabricar jabón en el campamento para refugiados Kakume, en Kenia, estaba tratando de superar los traumáticos eventos que lo obligaron a huir hace un año de su nativa Burundi.
No tenía ni idea de que su empresa artesanal se convertiría en un importante frente de batalla en la lucha contra la pandemia de coronavirus, en uno de los asentamientos más grandes del mundo de este tipo (Kakuma alberga a cerca de 200.000 personas).
Apenas se dio cuenta de la importancia de lavarse las manos para combatir la propagación de la covid-19, Havyarimana bajó los precios y comenzó a ofrecer los jabones en cantidades y tamaños más pequeños, para hacerlos más asequibles para sus pares.