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Cómo una película de animación para niños creó la perfecta metáfora de la inmigración y el antisemitismo

Los 80 fue una década muy interesante para el cine de animación. Con Disney atravesando un bache creativo que acabaría bautizándose como su Era Oscura por sus fracasos comerciales y propuestas alejadas de su canon, otros estudios se empezaron a hacer notar, estrenando películas que hicieron la competencia a la Casa del Ratón y acabaron siendo míticas para los millennials.

De entre todas ellas destacó un nombre propio que se ganó un hueco en el corazón del público gracias a sus joyas para toda la familia: Don Bluth, responsable de títulos tan míticos como Nimh: El mundo secreto de la señora Brisby, En busca del valle encantado, Anastasia o la que hoy nos ocupa, Fievel y el nuevo mundo.