Es medianoche y desde un piso alto de la ciudad, el sueño liviano de los últimos días deja de serlo. Afuera, en la calle, parece haberse congregado una muchedumbre. Y lo que aumenta como un eco en el silencio no es un rezo. Aunque se le parece: “Y al Dieeeeeeego, desde el cielo lo podemos verrrrrrr. Con Don Diego y Doña Totaaaaaaa, alentándolo a Lioneeeeeeel”. Los que cantan agitan los brazos y de a poco se encienden las luces que estaban apagadas: algunos miran entre las cortinas, otros sonríen con los vecinos de turno o filman con los celulares a esos juglares improvisados.