El fútbol es un deporte roto y corrompido. Por dentro y por fuera. El dinero se ha hecho con todo. Los futbolistas han olvidado el honor de la camiseta y tan solo luchan por el color del billete. Muchos empiezan a ser millonarios antes de ser adultos y empiezan a tener comportamientos descontrolados, ególatras y que difieren mucho en lo que a humildad se refiere. A veces, en medio del desierto descubrimos un oasis: Saido Mané. El jugador no olvida sus orígenes, en los que jugó descalzo, trabajó en el campo y pasó hambre. Esta es la razón por la que es ajeno a toda la parafernalia monetaria de la que otros hacen gala.