El hijo pródigo sin entrar en religiones. La religión del balón, el dios fútbol con sus símbolos, sus coros, sus llantos, sus rezos y sus profetas. Las parábolas de jugadores que vienen y van, vidas que van y vienen, dinero, balones, jugadas y goles, sobre todo goles.
Más allá de bendiciones, opios y mercantilización, el gran ingrediente del deporte rey es la pasión. La pasión que sienten los hinchas por unos colores. La pasión que les haría perdonar cualquier cosa por el bien de su club, su escudo y sus colores. La santísima trinidad. Ese sentimiento por el que los culés podrían perdonar a Neymar y admitirlo en su FC Barcelona y en su coliseo, el Camp Nou.