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Ni bien había cruzado la línea de meta en los 200 metros planos el jueves por la noche, Noah Lyles parecía sin aliento. Tumbado de espaldas en la pista púrpura del Stade de France, tras terminar tercero en una carrera que había dominado durante los tres últimos años, tenía dificultades para respirar.
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Cuatro días después de ganar una medalla de oro en uno de los finales más emocionantes de una carrera olímpica de velocidad, Lyles se colgó el bronce en los 200 metros y lo consideró, según dijo después, un logro extraordinario.